dijous, 9 de juliol del 2009

Relato breve

A esas horas la taberna empezaba a llenarse de camorristas, soldados de fortuna que luchaban por dinero y juraban fidelidad a algún noble de baja alcurnia, incluso algunos formaban parte de las tropas al mando de capitanes que hacían de la guerra un negocio mas.


Era hora de volver a casa, había quedado en la taberna de zorro tuerto para negociar el precio de la cera con el apicultor, sin cera no se pueden fijar las puntas de las flechas al vástago, la cera se mezclaba con resina y ceniza para confeccionar un cemento que al calor era maleable,pero un vez enfriado fijaba con dureza la punta. Las puntas las compraba al herrero, al peso, las planas, que perforaban la malla, a un cuarto de plata la libra, las huecas, que podían llegar a perforar una armadura de placas eran algo mas caras, las plumas blancas de ganso las fijaban con hilo a la flecha, era un trabajo laborioso, las largas flechas inglesas de 30” debían ser rectas para volar con precisión y ser mortales, y su negocio radicaba en eso, en que fueran mortíferas.


El precio no había sido muy ajustado, mucho discutir, dos jarras de vino del barato, del mas barato, al final llegaron a un acuerdo.


Salio por la puerta al callejón evitando pisar un vómito, la calle apestaba a orines y demás inmundicia, torció en la segunda esquina y se dirigió dando un rodeo hasta su casa en el barrio de los artesano. Un poco de aire fresco le haría bien, llegaría mas despejado a casa. Con un poco de suerte su mujer habría dejado la olla de potaje al fuego para que no se enfriara. Sus dos hijos y su hija mayor estarían dormidos. Pronto tendría que buscar marido para su hija, ya había cumplido los 15, no era fea, aunque tampoco tenia muchos pretendientes El tonelero había enviudado el invierno pasado, tenia un negocio prospero y no era muy mayor, 26 años, tenia un hijo de 3 y otro de 7 que ya le ayudaba en el negocio, si, aquella sería la mejor opción para su hija, cuando su marido muriera el hijo mayor aun no sería considerado adulto y ella podía heredar el negocio.


Hace dos años le hubiera sido difícil arreglar una buena boda para su hija, pero desde que la guerra en bretaña había empezado, haría ahora casi dos años, la demanda de flechas era constante, y toda su familia estaba enteramente volcada a fabricar proyectiles de plumas blancas. Sabia que algunas de esas flechas acabarían clavadas en algún soldado francés, incluso con un poco de suerte en algún caballero. Toda su producción estaba vendida de antemano a Sir James, un capitán que tenia una cuadrilla de 80 arqueros, y pagaba bien por los haces de flechas, 24 flechas por bolsa, era un buen negocio.


Cada dos meses le llegaba dinero para pagarle los haces de flechas, cada vez se los pedía en mas cantidad. Claro que Sir James podía caer prisionero, o incluso muerto, y entonces tendría que buscar otro comprador. No sería difícil encontrarlo, aunque lo mas probable sería que consiguiera un precio mas bajo.


Era su humilde contribución a la guerra, una guerra que nunca vería, a todos los ejércitos les siguen un sinfín de aprovechados, prostitutas, herreros, comerciantes sin escrúpulos que aprovisionan al ejército y que compran a los soldados aquello que obtienen del pillaje a cambio de unas monedas. En los campamento el dinero cambia de mano con rapidez, una cuadrilla llega de una incursión de pillaje, asaltan y queman un par de granjas, se llevan el ganado, matan a los hombre y violan a las mujeres, vuelven al campamento y venden aquello que no les es de utilidad, y acto seguido lo pierden jugando a los dados o emborrachándose para olvidar. Al paso del ejército la tierra queda devastada, solo queda muerte y destrucción, él en cambio sólo hacía flechas, no era responsable de todo aquello.


Un perro salió ladrando de un portal cercano, lo aparto de un puntapié y se acabo el problema.

Se pregunto si las almas de los franceses irían al cielo, ¿hacía distinción Dios entre almas inglesas y francesas? , y cuando él muriera, ¿que pasaría? . A veces se sentía responsable en cierta manera de las muertes que sus flechas pudieran causar, pero al final borraba ese pensamiento de su cabeza y se justificaba pensando que a fin de cuentas, él no las disparaba. En la guerra suceden muchas atrocidades, muerte tortura y violación son algunas de ellas y él nunca las llevaría a cabo. Tampoco sabia la razón por la que había empezado esta guerra, a él y a su familia le había supuesto un aumento considerable de ingresos, y si la plata que venia de bretaña estaba mancha de sangre, ya se confesaría el domingo, y le daría algún cuarto de plata al párroco para que rezara por su salvación y la de sus hijos.

Ya veía la puerta de su casa, la luz aún estaba encendida, el aire fresco le había despejado, un poco de cena asentaría su estómago y le haría olvidar sus remordimientos.


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